-¿Para qué va a servirte el baile? ¿Para
acabar en la calle? ¡Vales para mucho más que eso! ¡Un título universitario! – Las palabras de mi madre
resonaban en mi cabeza nítidamente mientras caminaba por la carretera que me
llevaría a la capital. – Debes labrarte
un futuro mejor, el baile puede proveerte por un par de años, pero no para
siempre…
Y más
porquerías de ese estilo, por lo que con dieciocho años, ¡he decidido que no
voy a quedarme de brazos cruzados haciendo algo que no quiero! Cogí una maleta
llena de ropa, mis zapatillas de bailar, algo de comer y dinero que había
ahorrado durante años, sin móvil, sólo con el reproductor de música viejo y
destrozado que aún así, funciona de maravilla, mis pies para llevarme a donde
quiera… y un mapa. Un mapa siempre es útil.
El
ruido de un motor me sacó de mis recuerdos, claro, como la carretera era tan
silenciosa y abandonada y aislada… ¿Por qué me metí por aquí? Oh, claro… porque
es un atajo para llegar a la siguiente parada de descanso, donde alguien podría
alcanzarme a la capital. Me giré y levante la mano para que la persona que
viniera, me viese y con suerte, me llevara a mi parada, y aun siendo bien
entrada la noche… Sé defenderme de cualquier idiota con malas intenciones.
El
idiota en cuestión paró al verme dando saltitos al lado de la carretera, un
camión rojo con un trailer negro y la imagen de una vaquera sexy –
completamente vestida – apuntando la pistola a su propia cabeza.
-¿A
dónde vas, preciosa? – Di un paso atrás, su voz ronca y baja, casi un ronroneo,
me dio un escalofrío, y me ardieron las mejillas con el cumplido.
-A la
siguiente estación de descanso – Le respondí con mi mejor sonrisa - ¿Puede
alcanzarme?
El
hombre no era viejo, pero tampoco joven, quizás al final de la veintena,
principios de la treintena. Y la verdad es que destrozó mi imagen de camionero
gordo, mal vestido, pordiosero y mal hablado. Aunque mantenía el cenicero sobre
la guantera con restos de un puro. Era amplio de hombros, con brazos fuertes,
de una vida cargando peso, y moreno. Ojos penetrantes, estudiosos, de color
gris y el pelo negro muy cortito, casi militar, y un poco de barba bien
recortada. Pero sin duda, la afabilidad de su expresión venía por completo de
su enorme sonrisa de dientes perlados. Para colmo de males tenía un cuerpo…
nada muy especial, pero embutido en vaqueros desgastados, botas negras y
camisilla blanca… Me ponía mala, no, lo siguiente. Respiré hondo y subí cuando
quito la chaqueta negra del asiento del copiloto y encendió la calefacción del
mismo.
-Gracias
– Supongo que no todo son idiotas, feos, viejos verdes o peludos, o una mezcla
de todo, en el mundo del transporte. – Soy Kara.
-Jeremy.
¿Te importa si fumo? – Raro, normalmente el dueño del coche no pregunta ese
tipo de cosas, pero no me importaba, por lo que negué y me abroché el cinturón.
– Genial.
No sé
que tenía el hombre, Jeremy, no era particularmente atractivo, del montón, como
se diría, pero mientras lo observaba por el rabillo del ojo, no pude evitar
notar que era demasiado sexy para ser humano. Bueno, al menos para mi y respiré
hondo para intentar calmarme, porque sólo me esta llevando al siguiente punto y
el siguiente punto no está muy lejos.
-¿A
dónde vas exactamente? Dudo que una estación de servicios sea la razón de ir
caminando en mitad de la noche, sola, con una maleta a cuestas. – Su voz era
también atractiva. Y una parte oscura y retorcida de mi pensó si sería tan
arrolladora en la cama.
-Voy a
la capital, supongo que alguien en la estación me dará un aventón. – Cómo
respuesta recibí su profunda risa, que contrajo algo en mi pecho. - ¿Qué es tan
gracioso?
-Bueno,
de aquí a la capital hay unas doce horas de viaje en coche, y da la casualidad
que yo también voy hacia allí. – Indicó la parte trasera del camión, supongo
que su carga. – Si no te molesta mi compañía, puedo darte un aventón. ¿De dónde vienes?
Y así
pasaron las primeras horas del camino, Jeremy era bastante tranquilo, bueno
escuchando y además atento, me despertó en la estación y me esperó mientras iba
al servicio y compraba algo de comida. En el baño, sin embargo, no pude evitar
quedarme mirando mi reflejo. Pasé las manos por mis indomables rizos rubio
cobrizo y me moje la cara, quizás era por la luz, pero no pude evitar notar que
parecía un fantasma de lo pálida que era, aunque tampoco es algo malo si tienes
dos ónices por ojos. Realmente no era una preciosidad. Sonreí cuando mi mirada
se deslizó hasta mi escote, aunque no soy precisamente un monstruo y tengo mis
encantos bien puestos. Me di la vuelta para admirar mi culo, no es enorme, pero
tengo algo, y mi cintura es perfecta como está, no voy a adelgazar por nadie,
porque no me sobra ni un kilo – lo que tiene estar caminando muchas horas al
día durante muchos días y además hacer ejercicio bailando. – y pobre del que
diga lo contrario.
-Eres
del montón, Kara, pero de la parte de arriba del montón. – Me aseguré y salí
con una sonrisa enorme y un buen paquete de galletas con chocolate – Aunque te
pierde el vicio. Tienes que dejar el chocolate cuando llegues a ser una gran
bailarina.
-¿Hablando
sola, preciosa? – Me sobresalté cuando su voz sonó demasiado cerca y al darme
la vuelta… podría haber explotado allí mismo, un puro entre los labios que se
curvaban en una media sonrisa, y una cabeza más alto que yo, con la envergadura
de hombros perfecta y unas caderas para enredar las piernas alrededor… Es lo
más cerca que ha estado nadie de mi tipo de hombre ideal. - ¿Ves algo que te
guste?
-¡Lo
siento! No pretendía… estaba… yo… Lo siento. – ¡Claro, balbucea, eso siempre es
la solución! ¿Por qué es más amplia su media sonrisa? Se me tensaron todos los
músculos del vientre cuando su brazo pasó por encima de mi hombro para abrirme
la puerta.
-No
eres la primera adolescente que llevo a algún lado, chica, sube y… mantengamos
esto bajo. – ¿Bajo la línea de mis pantalones y los tuyos? Totalmente de
acuerdo.
Sin
embargo, no era lo que me imaginaba cuando subimos y se puso el cinturón para
seguir el trayecto, casi me dieron ganas de darme golpes contra la ventana
hasta quedarme inconsciente. Una mano fuerte en mi rodilla me devolvió a la
realidad. Su mano era enorme, recorriendo lentamente – tortuosamente – el
muslo, bajando por la cara interna y me alegré de ponerme unos pantalones
cortos – con medias, pero pantalones cortos – cuando el simple calor que
irradiaba sus dedos contra mi piel creaba pequeñas oleadas eléctricas que
atacaban directamente mi centro nervioso. No subía para nada, de la rodilla a
la parte alta del muslo, por fuera, por dentro, un ritmo lento que me iba
relajando. Subí la mirada, de su muñeca por su antebrazo y finalmente hasta su
cara, su perfil más bien, ya que sus ojos no se despegaban de la carretera. El
puro había desaparecido y ahora estaba serio, lo que con su ligera barba pasaba
por duro y sin ningún tipo de humor. Me deje llevar y le sujete la muñeca con
mi mano, mis dedos no abarcaban todo el diámetro y esa idea consiguió que mis
mariposas pasasen a ser pájaros. ¿Estará proporcionado el resto del cuerpo con
su enorme mano? Esperaba que sí.
No
noté, tan despistada como estaba, que el camión había cambiado de dirección y
ahora aparcábamos frente a un hotel de carretera, con un enorme letrero y el
dibujo de un ciervo contra la silueta de la luna. Supongo que yo estaba
sorprendida y se me notaba porque se rió de nuevo y me dijo.
-Te dije
que no eras la primera. – Me bajé tras él y decidí que mantenerme muy cerca era
la mejor opción cuando una pareja salía dando traspiés. – Eres mayor de edad,
¿verdad?
-Sí –
Extrañamente, no me sentía cohibida, claro que no soy la primera, pero esperaba
que al menos esta experiencia si lo fuera. Bueno, medio lo esperaba, ¿tantos
días en carretera y sin un anillo en el dedo? Idiota no soy.
-Ve
dentro y alquila una habitación, no des tu nombre auténtico, estrella. – Me dio
un billete de cien dólares y una palmada en el trasero. – Atrévete.
Ni
siquiera esperé a que me lo repitiera para dar un par de pasos y entrar en el
hotel. Tampoco era como me lo esperaba, mugriento y destartalado. Las paredes
estaban bien pintadas de un tono azul claro, había un par de mesas de madera
clara a la derecha y una barra de bar a juego, justo en frente había unas
escaleras que llevaban a las habitaciones y a la izquierda, un mostrador con un
adolescente esmirriado y aburrido detrás. Me dirigí con paso seguro y moviendo
las caderas con cada paso, haciendo que él, y otros dos hombres que había
sentados en la barra del bar, me mirasen. Poder femenino, nene, poder femenino.
-Me
gustaría una habitación, por favor. – Sonreí y el chico empezó a buscar en su
viejo ordenador. – Para dos personas, cama de matrimonio.
-La 27
está libre, señorita… - Oh, claro el nombre, mi sonrisa se amplio.
-Mar.
Señorita Mar. – Y solté lo primero que me vino a la mente, ni siquiera me
sonroje ante mi mentira, supongo que estoy más que acostumbrada. Le pasé el
billete de cien. – Alguien vendrá a buscarme, dale el cambio a él y una copia
de la llave.
Con mi
propia llave subí despacio, no quería salir corriendo y parecer nerviosa, que
lo estaba, así que esperé hasta estar fuera de vista para buscar alrededor
hasta encontrar la habitación 27 y abrí escandalosamente rápido, cerrando de un
portazo tras de mí. Guau… esto si que es calidad, para un hotelucho en medio de
la nada. Una cama queen-sized con sábanas grises y edredón negro, paredes
violeta oscuro, techo blanco, sin manchas de humedad, con dos mesas de noche a
ambos lados. Un armario pequeño, de tres cajones, justo debajo de la ventana
cerrada con cortinas a juego con las sabanas. Me quité los zapatos – aunque una
parte de mi cabeza decía que era una mala idea – y jugueteé con la pelusilla de
la moqueta negra.
-Interesante
– Susurré entrando en el baño, esencial, retrete, plato de ducha y lavamanos,
sin más. – No parece un mal sitio para quedarse una temporada.
Por
ahora no han salido bichos. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? Me acordé
enseguida, ¡no puedo desnudarme con la ropa interior que llevo! ¡Y hace tres
días que no me repaso las ingles! Cerré la puerta del baño y me desnude con
prisa, pendiente de que nadie entrara en lo que me preparaba y me puse el mejor
conjunto de ropa interior limpia que tenía, uno compuesto por un tanga azul y
un sujetador en un tono más oscuro, normalmente usaría algo más… complejo, pero
dejé lo incomodo atrás para ser una bailarina, volví a vestirse y salí a
guardar sus cosas. Mientras cerraba la maleta, unas manos callosas se posaron
en mis caderas, un agarre fuerte pero no posesivo. Y menos mal que no se
quedaron ahí, fueron pasando a la parte delantera y subiendo bajo la camisa por
mi vientre tenso hasta el esternón, justo entre los pechos, para desabrochar el
sujetador.
-Siempre
me han gustado las mujeres que se preocupan por la ropa interior antes de
desnudarse. – Aunque su tono era algo irónico, no pude evitar pensar que le
había gustado que me molestase en cambiarme. – Prefiero ser yo quien les quite
la ropa, sin embargo.
Y con
eso dicho, me despojó de la camisa y mi espalda fue a dar directamente con su
pecho desnudo. Una pena que no hubiese más superficies reflectantes que la
ventana y el espejo del baño en la habitación. No me quedé quieta, puedo tener
sólo dieciocho pero no soy totalmente inepta en estos temas, y deje vagar mis
manos por su cadera, mientras sus dedos se entretenían acariciando, más bien
torturando, la aureola de mis senos. Que tendrán esas manos que hacen que
pierda el control. Él todavía llevaba los pantalones, y yo quería verlo
desnudo, no esperé para desabrocharle la hebilla del cinturón, impaciente por
más, pero el se apartó antes de que pudiera hacer lo mismo con el botón y me
mantuvo quieta.
-No tan
rápido… Mar. – Suspiré y asentí – Déjate llevar un poco, chica.
Su
definición de ‘dejarme llevar’ era la siguiente: mantenerme de cara a la pared,
con las manos quietas a ambos lados del cuerpo mientras me raspaba el cuello
con la barba y me torturaba con su respiración en la nuca, las manos dibujando
la silueta de mis ligeras curvas, y haciéndome desear que esos centímetros que
nos separaban desaparecieran. ¡Oh, joder! ¿Desde cuándo le hago caso a nadie?
En un impulso me giré y enredé las manos en su cuello, empujándome contra su
pecho para, literalmente, comerle la boca en un beso más violento de lo que
estoy acostumbrada. Esperaba que se alejara, pero dentro del beso sonrió y me
atrajo todavía más contra su cuerpo. De acuerdo, no duró mucho, porque de un
empujón, me tiró sobre la cama, ahora él estaba de pie, entre mis rodillas, con
una mano arreglándose el pantalón – que no ocultaba que estaba bien armado – y
una sonrisa malévola, que sólo consiguió excitarme más.
Esperaba
que me arrancara la ropa y luego simplemente me poseyera, pero más quisiera yo,
se arrodillo entre las piernas y bajó la cabeza como si fuera a besarme, pero
ignoró la boca y pasó a la mandíbula, desde la barbilla hasta el lóbulo de la
oreja con pequeños besos antes de morder justo debajo de la oreja, fuerte, no
lo suficiente como para hacerme daño, pero sí para arrancarme un jadeo
sorprendido. Sus manos tampoco se estaban quietas, ocupándose de la zona de
pecho y abdomen, mientras la rodilla presionaba mi entrepierna. Me mordí el labio
y apreté su cabeza contra mi cuello, que todavía estaba siendo sometido a
mordiscos de distinta intensidad y duración, a veces incluso estiraba la piel, seguro
que mañana estaré llena de marcas. Me sorprendí a mi misma bajando las manos
por su nuca hasta su espalda y de nuevo hacia arriba, frotando la parte
delantera de sus vaqueros con la rodilla y sonriendo como una tonta.
Rodé en
la cama hasta acabar sentado sobre sus caderas y pasé las uñas, no muy largas,
pero tampoco cortas, por su pecho, dibujando líneas rojas hasta la cinturilla
del pantalón, lo miré un segundo y me mordí el labio. Le desabroche los
pantalones y los bajé despacio, debajo no llevaba nada y me sorprendí cuando vi
que iba comando.
-Ir sin
calzoncillos, el ir sin sujetador del hombre. – Se burló en mi cara cuando me
quedé mirando.
No era
especialmente largo, ni especialmente grueso, pero me parecía tan… enorme en
aquel entonces que me encogí de hombros y no respondí a su pulla. Dejé que
volviera a ponerme debajo y tirara los pantalones lejos, luego me arrancó los
míos, sin romperlos, pero de un solo tirón salieron volando y luego tiró de mis
piernas hasta que rodeasen su cadera y la punta de su miembro fue el siguiente
instrumento de tortura, restregándolo en su entrada, por encima de la tela del
tanga.
-¿Normalmente
también haces esto?
-No,
normalmente soy más… abusivo, pero no quiero asustarte. – Me dieron ganas de
gritarle que no era una niña pequeña, ni una virgen estrecha, que estaba
dispuesta a experimentar. Pero me callé y sentí las mejillas arder. – No te
preocupes. Todo llega.
Para
dar el siguiente paso, la siguiente aceptación de lo que iba a pasar, me
desprendí lentamente de la última prenda de ropa, su mano derecha me mantuvo
acostada cuando él fue quien la rompió a la mitad, sólo para que no quitase las
piernas de sus caderas, y cuando ya estábamos desnudos, se inclinó sobre mi y
me beso, lenta, dulce y tortuosamente, delineando mis labios con su lengua
antes de morder el labio inferior, tirar de él y soltarlo, antes de dejarme sin
aliento con otro beso, más rápido y crudo.
En su
mirada podía leer que quería hacerme muchas más cosas que besarme y
acariciarme, yo estaba dispuesta a que lo hiciera, pero supongo que teníamos
prisa, una pena. Moví las caderas contra las suyas y me gruñó, con los ojos
cerrados, la mano todavía en mi pecho y la otra apretándome el muslo, me va a
dejar un montón de marcas. Aunque no me importa demasiado, mientras seguía torturándome.
Cerré los ojos, esperando lo siguiente, no esperaba que me mordiese el pezón –
no muy fuerte – y tirase de el antes de succionarlo y repetir la acción con el
otro. Más abajo, su mano iba acariciando el monte de Venus, separando los
labios mayores y luego los menores, hasta que lentamente, metió un dedo hasta el
nudillo. Gemí y levante las caderas, moviéndolas con más energía, el no se
estaba moviendo, pero algo me decía que disfrutaba de la forma en la que yo lo
hacía todo.
-Oye,
si no vas a hacer nada… - Le estaba increpando, me estaba cansando con sus
juegos, pero su mirada decía que no estaba haciendo el bobo, se estaba
conteniendo. ¿Pensaba que podía hacerme daño? – ¿Soy la única que tiene la
cabeza en esto?
-No
quiero hacerte daño, pero si es lo que quieres… - No me arrepentí de presionarlo.
Añadió
otra falange y los movió rápidamente, no solo hacia dentro y hacia fuera, si no
como una tijera que se curvaba y presionaba en el punto exacto en el que los
jadeos se incrementaban y me hacía arquear la espalda. Pronto estaba bien
lubricada y lista para llegar al primer orgasmo mientras él añadía otro dedo y
se abría paso. Cerré los ojos y eché la cabeza atrás, apretando las sábanas
entre mis manos y levantando las caderas, una corriente que se centraba en el
bajo vientre y me asfixiaba… me mordí el labio para contener el gemido que iba
a escapárseme por mi primer orgasmo de la noche y luego caí laxa en la cama. Él
se rió y se separó para ir a por sus pantalones, cerré las piernas y me puse de
lado para observar su culito moverse alrededor de la habitación, hasta que
volvió a la cama, mástil enfundado en un condón, listo para más acción.
-Quédate
así. – Se acostó detrás de mí, yo estaba en la postura de la sillita, pero
cogió la pierna que quedaba encima y me hizo doblar la rodilla y subirla hasta
que a la altura de mi pecho. – Avísame si te hago daño.
¿Avisarle?
¡Si no me dio tiempo a coger aire antes de que me la clavase de una sola
estocada! Por ello, lo que debería haber sido un grito de placer, se quedó en
algo ahogado entre gemido y suspiro. Lo noté cogiendo aire y mascullando por lo
bajo antes de moverse, tuve que apoyar la mano en la mesa de noche para no
moverme de más. Supongo que no le parecía tan divertido unos minutos después
porque salió y me gruño algo que, realmente no entendí hasta que me puso de
rodillas sobre él, espalda contra su pecho y me ayudo a bajar sobre su
erección, esta vez con un poco más de cuidado, pasó un brazo por mi cintura
para mantenerme pegada a él y el otro agarrándome el culo para llevar el ritmo,
ambos arrodillados en la cama, empezamos a movernos, a diferentes compases,
causando que nuestras caderas se encontrasen a la mitad. Yo había perdido la
noción del tiempo, el placer me embotaba sentidos y sólo podía murmuras
pequeños y ahogados ‘más, más, más…’ mientras me apoyaba en el antebrazo de
Jeremy para impulsarme arriba y abajo en su falo. Cansada de ser casi idéntica
a una actriz porno cualquiera, y además, más inexperta, giré la cabeza buscando
los labios de mi compañero para enredarnos en un nuevo beso. No duró demasiado,
pronto me vi de nuevo sujetándome a las sábanas mientras me pasaba a una
postura donde, apoyada sólo en las rodillas, era embestida con fuerza animal, desde
atrás, el gemía y jadeaba, casi un perro en celo y no pude, ni quise, evitar
reírme ante la comparación.
-¿Algo
divertido que quieras compartir? – Negué, todavía con la risa en los labios, y
él paró. – No más diversión para ti, ¿qué es tan divertido?
-Sólo
lo loco que esto parece – Acabo de conocerlo, ¡pero ya me estoy acostando con
él! Y encima lo comparo con un perro en celo, manda narices. – No soy de las
que duermen con un chico diferente cada noche.
-Puedes
quedarte conmigo, y dormir conmigo cada noche. – Me dio una nalgada, podría
pensármelo, pero no habría más noches antes de que llegásemos a la capital. –
Es tu decisión, igual que la de moverte.
¿Moverme?
No podría… ¡Claro que sí! Empecé con un movimiento lento de caderas, no sólo
hacia abajo y hacia arriba (o hacia atrás y hacia delante, según el punto de
vista), si no en círculos y en zig-zag, hasta que con la ayuda del torso y
manos, empecé a moverme, siguiendo el mismo patrón, mucho más rápido y cada vez
que hacía un movimiento que golpeaba justo ese punto dentro de mi cuerpo, ese
punto G tan escurridizo, me paraba y lo buscaba de nuevo, con lo que mi amante,
me daba un azote o me tiraba de los hombros para que me volviese a mover, y
empezaba de nuevo con las profundas embestidas.
-¿Llegando
al final? – Me burle, medio ahogada entre gemidos y escondiendo la cara entre
las sábanas - ¿Con esto te basta?
Yo
estaba más que servida, de sobra, él no estoy tan segura, es un hombre con
experiencia.
-Si
decides irte, sí, esto me basta para el camino. – Me sonaba a reto, pero a reto
del malo, del que tienes que aceptar porque tienes curiosidad y luego te
arrepientes. – Pero si quieres quedarte… te enseñaré lo que me basta en la
cama.
Su
susurro, aunque peligroso, me sonaba tan erótico… que gemí sin venir a cuento –
a más cuento – y asentí, aunque no me fuera a quedar con él… quizás si me
podría quedar. ¡Así no hay quien piense coherentemente! Tan metida estaba en
intentar pensar que no me di cuenta de que empezó a moverse hasta que la mitad
superior de mi cuerpo acabo colgando de la cama mientras él seguía a lo suyo,
la cabeza hacia atrás, los labios entreabiertos y los ojos entrecerrados, una
mano en mi cadera y la otra en la curva de mi hombro y cuello, sujetándome en
el aire mientras las paredes de mi vagina se contraían alrededor de su miembro
y él no paraba de moverse. Suspiré su nombre cuando el segundo orgasmo me arrastró
hasta los bordes de la consciencia – es lo que pasa cuando te expones a mucho
placer mientras tienes toda la sangre en la cabeza – pero no fue sólo eso,
cuando él dio la embestida final, la que lo condujo a su propio clímax, esa
última estocada, penetración, cogida, como quieras llamarlo… entrelazó mi
segundo orgasmo, con uno menor pero no menos placentero que me dejo asfixiada.
Jeremy no se movió, se quedó quieto por segundos que parecieron minutos y
sonreí. No parece satisfecho, pero yo lo estoy.
-No ha
estado mal. – Su mano fue lo primero en mover, del hombro al cuello – pánico,
pánico… ¡pensé que me ahorcaría! – y de ahí a mi mejilla. – No ha estado mal.
Cerré
los ojos, no, no ha estado mal… Nada mal…
Desperté
de golpe, sin haberme dado cuenta de que me había dormido, por un momento pensé
que todo había un sueño, pero estaba sudada y pegajosa, y llevaba ropa
diferente, y Jeremy – que parecía recién salido de la ducha – me miró con una
sonrisa y un puro entre los dedos.
-Ya
casi estamos llegando a la ciudad. – Tenía razón, ya se podía ver claramente
los edificios, a poco más de un kilómetro de distancia – Te dejaré fuera, yo
tengo que dar un rodeo, ¿te parece bien?
-Perfecto,
es más de lo que esperaba. – Si, al principio del viaje sólo pedía que me
acercaran a una estación de servicio. – Gracias.
-No hay
de qué, preciosa. – Se colocó el puro entre los labios y una nueva ola de deseo
me recorrió. - ¿Ves algo que te guste?
-Veo
mucho que me gusta – La forma en la que los pantalones no le hacen justicia a
lo que tiene debajo, y la forma en la que la camisa se le pega al pecho sin
parecer muy…. gay. – Y me gusta mucho.
-Bien,
hemos llegado. – Frenó justo en la carretera que llevaba a la autovía y me
sonrió mientras me bajaba – ¿Seguro que quieres quedarte aquí? Podemos seguir…
Podíamos
seguir, pero no me escapé de casa con una maleta con ropa, dinero, comida y mis
zapatos de bailarina, sin móvil, sólo un reproductor de música viejo y
destrozado que aún servía, y un mapa, para luego no seguir mi sueño de bailar,
y menos por un hombre mayor. Negué y le sonreí de vuelta.
-No, ha
sido divertido, pero seguiré en la ciudad… si algún día te paras por aquí o
pasas… ven a buscarme. – Nos volveremos a divertir. Subí un momento, atraída de
nuevo a él y sujetándolo por la nuca, lo besé apasionadamente una vez más. –
Nos vemos, Jeremy.
-Nos
vemos, Kara. – Y el camión con la vaquera sexy y armada se alejó mientras seguía
mi camino, por un segundo me pareció escuchar un. – Nos vemos, preciosa.